Espacios Naturales

Entre la leyenda y la realidad

Cuenta la leyenda que en el norte de las islas de Irlanda y de Inglaterra vivían dos gigantes en continúa lucha, que se lanzaban piedras de un lado a otro de la costa. Fionn Mac Cumhaill, el gigante del condado de Antrim, en Irlanda, comenzó a construir con rocas de los acantilados cercanos una calzada, que le permitiera unir las dos orillas y así realizar la lucha final con  Beanandoner, el gigante escocés. Pero el esfuerzo causó mella en Fionn y cuando finalmente terminó el camino, el cansancio le hizo dudar de sus fuerzas y de sus posibilidades. Por miedo a perder esa batalla final, pidió ayuda a su mujer, Oonagh, que sabiamente le aconsejó que se disfrazara y se hiciera pasar por un bebe para engañar a su enemigo. Fionn le hizo caso y funcionó, ya que cuando Beanandoner llegó a la costa irlandesa y vio a un niño tan grande en la cuna, se imaginó a un padre 3 veces mayor, idea que le hizo regresar a su casa sin enfrentarse en la batalla final. Fue entonces, cuando de vuelta a Escocia, con la fuerza de sus pisadas, creó lo que hoy se conoce como La Calzada del Gigante.

Bonita leyenda, aunque la realidad o la ciencia da otra versión de la creación de este Patrimonio de la Humanidad (UNESCO, 1986). Y la explicación es tan sencilla como que estas columnas de roca se crearon hace 60 millones de años gracias a la actividad volcánica que había en esta zona.

Sea cierta una historia u otra, poco importa cuando llegas, porque desde lejos te cautivan las aproximadamente 40.000 columnas de basalto que hay (no, no las conté). Cuando te acercas, da igual la edad que tengas, vuelves un poco a tu niñez: pasas saltando de un hexágono a otro, te sientas en el “trono del rey”, te metes en medio de trozos de columnas de hasta 12 metros de altura y entonces empiezas a creer en leyendas y en gigantes.

La Calzada del Gigante es una de esas maravillas de la naturaleza, que pese a tener explicación científica muchas veces no la llegas a entender del todo. Aunque poco importa cuando la ves en primera persona, más bien te quedas con la boca abierta o, mejor dicho, desencajada ante semejante belleza y te preguntas como algo puede durar tanto tiempo sin perder su encanto y su belleza natural (algo que a más de un@ gustaría).

Yo he de reconocer que cuando estuve allí dudé y creí que los gigantes existían, o lo habían hecho.